miércoles, 26 de junio de 2024

Ligia Cruz / Tomás Carrasquilla

Ligia Cruz nos entrega una radiografía de la vida de la Medellín de entre las décadas veinte y treinta del siglo pasado. Nos revela las bajezas del alma humana, en especial cuando se trata de ejercer la segregación social entre clases, que es tan dolorosamente cercana en Antioquia y en Colombia: cuando los grandes (léase los ricos y poderosos) menosprecian a los pequeños (léase las personas más pobres y con menos oportunidades), y son crueles y sin alma. Ese antagonismo moral entre los "grandes" y los "pequeños" es un dardo clavado en el centro de una sociedad acostumbrada a no verse, a no examinarse. Ese es el escenario a donde llega la joven pueblerina Petrona Cruz. Y es esa sociedad la que descubre, poco a poco, de tropezón en tropezón, de humillación en humillación.

Petrona, a sus veinte años, no comprende: una mujer inteligente, espontánea, imaginativa y apasionada que no ha sido enseñada a contenerse como lo han sido sus congéneres de clases altas de la ciudad, choca y es mal vista; sabe, sí, que la están zambiando en casa de su padrino y por eso se propone cambiar, aprender hasta ser merecedora, no solo de esa familia que la rechaza y aparta como si estuviera apestada, sino del amor de Mario, el hijo mayor de su padrino, uno de los partidos más prometedores de la villa y del que ella se enamoró "por retrato". Su padrino y ángel guardián don Silvestre Jácome, sabe que lo único que le falta a Petrona es el "aderezo" social, pasar de "la batea a la bandeja" para quedar inscrita en sociedad y poder "ser alguien".

Primer párrafo.

A la gran señora se le iba dañando el hígado con la última barbaridad de su marido. ¡Imposible que en el tal viaje a la mina no saliese con alguna remedianada de las suyas! ¡Si era que a los viejos chochos no les obligaba moverse de su casa! ¿Qué iba a hacer ella con el empasto de la ahijada? ¿Dónde la pondría?


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