lunes, 2 de septiembre de 2024

Marco Aurelio y los límites del imperio / Pablo Montoya

Cuarteles de invierno cerca de Sirmio, en la actual Serbia, siglo II. La peste, que llegó a Roma, continúa menguando a la población y al ejército, las invasiones bárbaras no han dado tregua, el ascenso del cristianismo agita las bases del imperio, y las sublevaciones y los rumores de las infidelidades de su esposa llegan a Marco Aurelio con inquina. El emperador, que lidió con grandeza tanto la guerra como los desafíos cotidianos de la familia y el amor, asumiendo el liderazgo bajo el modelo del romano ideal y a la vez como casi ningún hombre de su tiempo, reflexiona sobre su vida, la muerte y los límites del poder en esta magistral novela.

Primer párrafo
La peste llegó a Roma traída por las legiones de Lucio Vero. Era una aciaga consecuencia de su victoria contra los partos. Pero no por ellos desmerecía ser el príncipe. Habíamos decidido, con el senado, enviarlo a Siria al mando de la campaña para contrarrestar el levantamiento de Vologeso IV, rey de Partia. Yo, entretanto, debía encargarme  de los movimientos internos de Roma. Del ir y venir de sus propósitos comerciales, de los principales procesos de la justicia y de esa red de intenciones magnánimas y malos entendidos que nutren la cotidianidad de las familias más ricas y sus vínculos con la organización del Estado. Confiamos en la misión de Lucio y pudimos vencer las oscuras potencias de Oriente. De nuevo, se había superado la posibilidad de que un pueblo bárbaro nos derrotara. Nuestro imperio seguía el paradigma de una sociedad civilizada y aún podía mantenerse en medio del caos y la precariedad que rodea toda empresa humana.

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