Limitando nuestras investigaciones y restringiéndonos a la unidad de un único ejemplo, esperamos llegar a una estética concreta, una estética que no estaría afectada por polémicas filosóficas, una estética que no estaría racionalizada por cómodas ideas generales. La llama, la llama sola, puede concretar el ser de todas sus imágenes, el ser de todos sus fantasmas. Sería necesario más de un libro voluminoso para estudiar todas las metáforas que la llama sugiere a la literatura. Podríamos preguntarnos si no es posible asociar la imagen de la llama a toda imagen más o menos brillante, a toda imagen que pretende brillar. Escribiríamos, en ese caso, un libro de estética literaria general en el que clasificaríamos todas las imágenes amplificadas por la introducción de una llama imaginaria. Sería un placer escribir esa obra que mostraría que la imaginación es una llama, la llama del psiquismo. Pasaríamos la vida escribiéndola.
Primer párrafo
Antaño en un tiempo olvidado hasta por los sueños, la llama de una vela hacía pensar a los sabios; ofrecía mil sueños al filosofo solitario. Sobre su mesa, al lado de los libros que lentamente instruyen, la llama de la vela convocaba pensamientos desmedidos, suscitaba imágenes sin límites. Para un soñador de mundos la llama era, entonces, un fenómeno del mundo. Se estudiaba el sistema del mundo en gruesos libros, y he aquí que una simple llama - ¡oh paradoja del saber! - viene a ofrecernos directamente su propio enigma. ¿en una llama no está, acaso, viviente el mundo? ¿no es una vida la llama? ¿no es ella el signo visible de un ser íntimo, el signo de un poder secreto? ¿no contiene, esta llama, todas las contradicciones internas que dan dinamismo a una metafísica mental? ¿Por qué buscar dialécticas de ideas cuando se tiene, en el corazón de un simple fenómeno, dialécticas de hechos, dialécticas de seres? La llama es un ser sin masa y sin embargo es un ser fuerte.
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