jueves, 15 de agosto de 2024

El peligro de estar cuerda / Rosa Montero

 

Partiendo de su experiencia personal y de la lectura de numerosos libros de psicología, neurociencia, literatura y memorias de grandes autores de distintas disciplinas creativas, Rosa Montero nos ofrece un estudio apasionante sobre los vínculos entre la creatividad y la inestabilidad mental. Y lo hace compartiendo con el lector numerosas curiosidades asombrosas sobre cómo funciona nuestro cerebro al crear, desmenuzando todos los aspectos que influyen en la creatividad, y montándolos ante los ojos del lector mientras escribe, como un detective dispuesto a resolver las piezas dispersas de una investigación.
Ensayo y ficción se dan la mano en esta exploración sobre los vínculos entre la creatividad y la locura, y así el lector asistirá en directo al mismo proceso de la creación, descubrirá la teoría de "la tormenta perfecta", esto es, que en el estallido creativo confluyen una serie de factores irrepetibles, químicos y situacionales, y compartirá la experiencia personal de cómo Rosa Montero vivió en directo, y durante años, muy cerca de la locura.
El peligro de estar cuerda habla de que "las hadas" nos dan un don, y nos hacen pagar un precio por él; los normales no pagamos ese duro precio, pero corremos el riesgo de morir de tedio, en lugar de morir de amor. «Como en todo, la clave está en el equilibrio entre el porcentaje de desapego y el de sentimiento, en lograr cierta armonía entre el yo que sufre y el yo que controla», dice la propia autora. 

Primer párrafo.
Siempre he sabido que algo no funcionaba bien dentro de mi cabeza. A los seis o siete años, todos los días, antes de dormir, le pedía a mi madre que escondiera un pequeño adorno que había en casa, un horroroso calderito de cobre, el típico objeto de tienda de suvenires baratos o quizá incluso el regalo de un restaurante. Y se lo pedía no porque me incomodara la fealdad del cacharro, lo cual hubiera resultado un poco extraño pero en cierto modo distinguido, si no porque había leído en alguna parte que el cobre era venenoso, y temía levantarme sonámbula en mitad de la noche y ponerme a darle lametazos al caldero. No sé bien cómo se pudo ocurrir semejante idea ( con el agravante de que jamás he sido sonámbula), pero ya entonces hasta a mí me parecía un poco rara. Lo cual no evitó que pudiera visualizarme con toda claridad chupando el metal, y que, aterrada, durante cierto tiempo le pidiera a mi madre que porfavorporfavor no dejara de esconder el objeto en algún lugar recóndito, a ser posible un sitio distinto cada vez, para que me fuera imposible encontrarlo. Mi imaginación, como se ve, siempre ha galopado por su cuenta. Y mi divina madre asentía muy seria y prometía guardarlo bien guardado. Entendía a los niños de una manera mágica, y además ahora pienso que es probable que a ella le hubieran ocurrido cosas semejantes de pequeña. Porque también tenía una cabeza voladora. 
 

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